Suele contar el dramaturgo Alfonso Sastre
que él siempre se ha sentido raro por razón de su oficio. Los escritores lo han
solido considerar como alguien del teatro; para la gente del teatro en cambio, al
ser escritor, también era alguien como de “otro” grupo. Al menos esa sensación
solía tener, como de estar en tierra de nadie. A él, en cambio, no le suponía
ninguna contradicción, ya que siendo escritor pertenece al mundo del teatro,
también; aunque en este caso gusta de matizarlo: “Yo escribo teatro para decir,
no para leer”. Y lo entendía perfectamente.
A los narradores nos ponen muchas veces
en el mismo dilema. Para las artes escénicas parece que pertenecemos al ámbito
de la literatura; mientras que para la literatura, al presentarnos en un escenario,
del tipo que sea, somos “dicientes” más que escribientes. Por supuesto que las
cosas no son negras o blancas, pero algo parecido suele ocurrir. Ahora que
comienza la temporada narrativa en las escuelas y bibliotecas, los narradores solemos
recibir llamadas de unas y otras para presentar nuestras sesiones. El objetivo
de nuestra presencia, suele ser, en la inmensa mayoría de los casos, como ayuda
en el fomento de la lectura y, cada vez más, la educación en valores. Fuera de
este binomio fantástico, las llamadas interesadas la narración oral como espectáculo
escénico, con un valor cultural en sí mismo, serán la minoría. Y por supuesto
la infancia será la receptora de todo ello, mayoritariamente.
Pero, a la hora de organizar un
festival de artes escénicas, la narración oral brillará por su ausencia, a no
ser por rellenar un espacio infantil. Parece ser que la narración oral es una
expresión artística de “otro” grupo. Y así, vamos, tratando de navegar entre
estas dos aguas a la búsqueda de una personalidad propia, intentando no
ahogarnos en una pregunta existencial: ¿Qué somos?”
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA
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